Murió hace unos días, señor. Y no me he sentido mejor en toda mi vida. Intento recordar y creo que no ha dejado de perseguirme ni un minuto en estos últimos veinticinco años de matrimonio. En la cocina, en el pasillo, en nuestra habitación, siempre estaba ahí, agonizando mi existencia. Me agarraba del cuello, aprisionaba el estómago y magullaba el alma.
Pero murió, al fin murió. Murió ese miedo constante que me invadía cada madrugada, cada mañana, cada tarde. Y lo hizo el día que denuncié a mi marido, la noche que me fui de casa.
Fue en ese instante cuando comencé a vivir de nuevo.
Más libre, con más ganas de luchar.
No hay comentarios:
Publicar un comentario