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viernes, 23 de noviembre de 2018

10 minutos, una eternidad


Esta mañana he ido a casa de mis padres para llevarles el almuerzo, albóndigas en salsa. 

Mamá no puede atender el hogar como siempre lo hizo. Lleva casi un mes postrada en la cama, tras la última paliza de mi padre. Desde entonces, cada día les acerco la comida y compruebo que todo está bien.

Pero hoy he vuelto a ver esa mirada en mi padre. 

De rabia. 

De odio.

Esa mirada.

- ¿Y mamá?.

- Pasa, está esperándote.

- Déjalo, esta tarde vuelvo.

La policía tardó 10 minutos en llegar, solo 10 minutos, pero me pareció una eternidad. 

Cuando echaron la puerta abajo mamá yacía desangrada en la cama. 

Mi padre rebañaba el plato de albóndigas en salsa.

jueves, 23 de noviembre de 2017

Soledades mutuas


He visto a mamá muchas veces desde que se marchó.
En las nubes, que supongo son de algodón, como las manos de mi madre.
En el vuelo de los pájaros que huyen del invierno, como yo cuando me abrazaba a ella al volver del colegio. Incluso la he consolado cuando llovía, seguro de que las gotas de lluvia eran sus lágrimas por estar lejos de casa y no poder cuidarme.
Pero echo de menos el olor de su pelo recién lavado, de su delantal con restos de harina de mis buñuelos preferidos, de su cuerpo al darme las buenas noches.
Mamá, ¿por qué te fuiste al cielo?

viernes, 18 de noviembre de 2016

Ítaca

La brisa fresca de la mañana acarició los recuerdos cárdenos de la última paliza. Allí, en el andén que hasta entonces nunca se había atrevido a pisar, esperaba el tren que la llevaría lejos, al refugio de una vida anónima.
Su hija, ilusionada por la aventura que suponía el viaje y ajena a la realidad, jugaba distraída entre maletas y gente con prisa.
Mirándola, resonaron en su memoria las palabras sin respuesta con las que se despidió de su madre.
- Mamá, me voy, no quiero que mi hija viva lo mismo que nosotras. 
Tras aquel eco, un escalofrío quebró su cuerpo al sentir de nuevo el gélido mármol de la lápida que cubría a su madre.

domingo, 15 de noviembre de 2015

Ítaca

La brisa fresca de la mañana acarició los recuerdos cárdenos de la última paliza. Allí, en el andén que hasta entonces nunca se atrevió a pisar, esperaba el tren que la llevaría lejos, al refugio de una vida anónima.

Su hija, ilusionada por la aventura que suponía el viaje y ajena a la realidad, jugaba distraída entre maletas y gente con prisa.

Mirándola, resonaron en su memoria las palabras sin respuesta con las que se despidió de su madre.

- Mamá, me voy, no quiero que mi hija viva lo mismo que nosotras. 
Tras aquel eco, un escalofrío quebró su cuerpo al sentir de nuevo la gelidez de la lápida. 

lunes, 17 de noviembre de 2014

Cadena rota

La brisa fresca de la mañana acarició su rostro, marcada aún por los recuerdos morados de la última paliza.
En un grito postrero de su instinto de supervivencia, acopió todo el valor que su vejado cuerpo albergaba y sacó dos billetes de tren que la llevarían lejos de allí en busca de una nueva vida anónima. 
A ella y a su hija. 
El tren partía a las dos de la tarde, por lo que decidió despedirse de su madre, único eslabón que la unía a aquel lugar. 
- Madre, me voy, no quiero que mi hija viva lo mismo que nosotras. Y con una lágrima abrasando su mejilla dejó un ramillete de flores sobre la fría lápida.