El bebé me acercaba a ti. Cuidaba esa criatura que te había desterrado al otro lado de la cama y hecho de tu sexo un nudo, a deshacer en una cuarentena, que se alargaría varios meses.
Aprovechaste mi veneración inocente de aquella cuna para penetrarme; yo no era un bebé, era una niña. Solo. Aún.
Esa niña todavía siente el vómito que tus dedos provocan, y denuncia con ríos de bilis macerada tu ser despreciable.
Regurgito coraje al contemplar tu impune vivir.
Hoy, la niña te acusa porque duda si el bebé también calla.