Mi niño y yo correteamos por pasillos blancos, jugueteamos por habitaciones blancas, embebidos por luces de días sin sol. Mi niño y yo, calaveras tibias, delicuescentes, cuajados de aromas blancos, pulcros, destilados, asimos brocados de cielo, y vamos juntos, sentados en un carro alado, persiguiendo un azul brillante sin mediodía. Ayer éramos dos gotas de sangre que brotaban de un hierro viril y afilado; hoy solo somos una estrella más que despega en el infinito.
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