Las calles de la bella Nápoles se tornaban ocres por el atardecer mientras Marina paseaba, sonriente, rumbo a casa.
-¿Dónde estabas?-preguntó ansioso Carlo, su novio.
-Salí a comprar tus pasteles favoritos, ¿ves?-contestó ella inocentemente.
-Te prohibí salir sin avisarme. ¿Qué crees que pensará la gente si te ven por ahí sola a estas horas? No puedes comportarte así-bramó, zarandeándola con fuerza.
Marina frunció el ceño, lo apartó y se dirigió a la puerta con paso decidido.
-¿No me quieres?
-Te quería, pero me quiero más a mí misma.
Lo último que vio Carlo fue cómo la figura de aquella mujer a la que pensó que nunca perdería, se alejaba.
Aquella noche las estrellas brillaron con más fuerza en la ciudad.
-¿Dónde estabas?-preguntó ansioso Carlo, su novio.
-Salí a comprar tus pasteles favoritos, ¿ves?-contestó ella inocentemente.
-Te prohibí salir sin avisarme. ¿Qué crees que pensará la gente si te ven por ahí sola a estas horas? No puedes comportarte así-bramó, zarandeándola con fuerza.
Marina frunció el ceño, lo apartó y se dirigió a la puerta con paso decidido.
-¿No me quieres?
-Te quería, pero me quiero más a mí misma.
Lo último que vio Carlo fue cómo la figura de aquella mujer a la que pensó que nunca perdería, se alejaba.
Aquella noche las estrellas brillaron con más fuerza en la ciudad.