En el reflejo que crea el agua sobre la acera, relampaguean, sumergidos en la oscuridad de la noche, los neones. Luces rojas parpadean en los charcos, y las pisadas de los clientes, a la salida, borran los reflejos, ensucian el honor, insultan a cada alma que han querido comprar.
Qué fácil es despojar de la dignidad a quien tiene necesidad. Qué frívolo es el dinero en unas manos sucias, en un alma podrida.
En el reflejo de los charcos de las aceras, donde las luces rojas se posan, los clientes pisan, por miedo a descubrir en ellos la sombra de su propia cara, el embozado rostro de la vergüenza.