Después de los golpes, él lloraba, la abrazaba y le decía, "no volverá a ocurrir", estas palabras le sonaban huecas, mentirosas, y dejaban en ella un sentimiento de culpa. La última vez que las escuchó fue la semana anterior, Alicia estaba en un rincón de la habitación, agachada, con las piernas, brazos y rostro amoratado. La mujer lloraba, escondía su cara entre las rodillas temblorosas, su marido le dijo «me provocas, no volverá a ocurrir». El hombre salió a la calle. La mujer se quedó absorta mirando las fotos de sus hijos, Pablo y Berenice «Tengo que hacer algo», ─dijo en voz baja.
Se recogió el pelo, se vistió deprisa y se fue a la comisaría.
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