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jueves, 24 de noviembre de 2016

Siempre saludaba

Con un "hola" comenzó nuestra historia en el bar en el que trabajaba y al que él acudía a tomar café a media mañana. A los dos años, de su aliento solo emanaba un fuerte hedor a vino que intentaba enmascarar con colutorio de sabor a mentol. Vino tinto, morado como las marcas que fueron cubriendo mi piel y embriagando mi alma. Cada día rompía una promesa y yo le premiaba con misericordia, hasta que una mañana adiviné el peligro que acompañaba a mi bondad. Cuentan que lo último que dijo fue "adiós" y se pegó un tiro. Él siempre saludaba, pero yo ya no estaba allí para responderle ni perdonarle. El mentol aún me produce arcadas.