Alzó el cuchillo rubricando su amenaza. Mortífera como una bala en el corazón. Iba en serio, sin duda. Ya no podía pensar más o no quedaría tiempo. Actuar. Actuar. A la tercera vez que me lo repetí mis manos cobraron vida.
Me abalancé sobre su espalda en una embestida con la quizá nunca hubiera soñado. A lo sumo, la habría podido previsualizar en algún documental de fauna salvaje o película de Tarantino. Mis brazos constreñían su cuello mientras él intentaba zafarse de mí y blasfemaba al viento: "¡Suéltame, maldita hija de puta!". El felino instinto que recorría mis uñas se lo estaba haciendo pasar francamente mal. Hoy, me sigue apareciendo en pesadillas pero ella, por fin puede respirar.