«Sé que puedes hacerlo. Eres inteligente, alegre, vital y sobre todo una luchadora, entre tantas otras cualidades. Y esto, no te lo mereces. Vamos, levántate... levántate, ¡huye!» me dije, mirándome en el espejo mientras caían de mis ojos las últimas lágrimas de esperanza.
Seguí sentada frente al cristal, mientras en mi interior los cuatro jinetes del Apocalipsis, esta vez formados por el miedo, la guerra, la incertidumbre y la inseguridad, luchaban en un combate cara a cara contra mi libertad.
Pero esta vez, algo entre tanto estruendo y caos era diferente. Sabía que no estaba sola, ni en la lucha interna ni en la externa. Contaba con apoyo y con la certidumbre de que podía lograrlo.
Gracias a todas vosotras.