Tuve más miedo que nunca, así que me escabullí con la determinación de no volver. Ni siquiera una nota para mi madre y hermanas. Conseguí un tubo de goma y un alambre. Me subí al coche y me coloqué el cinturón. Entonces, el espejo retrovisor se burló.
– ¿Para qué te atas si con los primeros vapores vas a salir zumbando, aunque tengas que desabrocharte?
Volví a casa, avergonzado; desde el rellano las oí llorar, todavía, y entonces se abrió la puerta de golpe. Me escondí. Él salía, furioso. Le empujé con toda la rabia que me poseía, escaleras abajo. Nunca volverá a pegarnos; ahora, para mi familia seré un héroe, en vez de un cobarde.