El sofá era grande, tanto, que casi ocupaba medio salón. Lo habían comprado, al casarse, en unos grandes almacenes.
- Incluso, servirá de cama -comentó el vendedor, sospechando los arrumacos de aquella joven pareja.
Fue una tarde inclemente, lloviznaba suavemente y al salir acabaron empapados.
- Pareces un pollo –le dijo ella, burlándose graciosamente.
- Ya me ocuparé de ti… -le respondió, pícaro.
Echada sobre el sofá esperaba su última acometida. La fuerza del tortazo la lanzó sobre él. Recogía su cuerpo sobre sí misma y escondía el terror de su rostro entre las manos.
Habían transcurrido meses, y un niño, que apenas se mantenía de pie, lloraba amargamente agarrado a un extremo del sofá.