Se armó de valor, lo denunció, y consiguió una orden de alejamiento que le hizo divisar una pequeña luz al final del túnel. Pintó sus paredes manchadas de odio con un ligero verde esperanza y cambió la decoración por una inspirada en el estilo zen: a ella jamás le había parecido una tontería. Recuperó sus tardes en el gimnasio y las noches sin dormir buscando una idea que plasmar en un lienzo.
Y entonces, cuando lo hizo desaparecer de su vida, cuando lo borró de su hogar y lo eliminó de su tiempo, rompió a llorar desconsoladamente. Nada de aquello sirvió para no verle, amenazante, cada vez que cerraba los ojos.