Me siento como un perro: como como un perro, duermo como un perro, ladro igual que un perro. En el colegio siempre me han dicho que soy un verdugo, un semoviente sin derechos, un cánido de corazón de piedra.
Obedezco y me arrastro, me dejo llevar por el collar con la lengua fuera, babeando sumiso. Me tiran del rabo y de las orejas. Me llaman y acudo raudo porque soy un perro.
Así llevo toda la vida.
Pero últimamente empiezo a notar una saliva blanca que burbujea violentamente en mi boca y me cae por la comisura de los labios.
Y no tendré más remedio que devorar, morder, machacar y moler...Porque soy un perro, un perro rabioso.
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