Te habría matado mil veces, te torturaba para satisfacer mi rabia interior, te culpaba de ella sin darme cuenta de que esta nacía por no valorarte, por creerte inferior y no merecedora de respeto.
Cada vez era más intensa, un gesto tuyo podía hacerme estallar. "¡Ni te muevas!" te decía en mi cabeza, pero te movías y luego te pegaba y la flor de la terraza me recordaba que era un monstruo.
Nos creímos la mentira, que la dignidad que robaba y sobre la que escupía solo era la tuya y no la mía.
Perdóname, yo solo no puedo, no puedo caminar derecho. No me recuerdes como la bestia que te mató sino como el niño asustado que no supo defenderte frente a su ira.
Amor… una maraña de confusión nos separó de él; ahora sé que siempre estuvo ahí, detrás de todo.
Pero nos creímos la mentira.