La ingravidez se experimenta en caída libre

El hombre se deviene en una dolorosa risa histriónica y en esto se sucede un contratiempo, precipitándosele encima el estruendo de otras voces. El exceso pasa a aliviarse urgentemente en la tierra del jardín que delimita su alambrada en una intentona de embarazarlo. La lluvia la sorprende desafiante. Arrastra el ánimo hacia dentro, sin doblegarse y hurga, palpa, rasga un paraje tangible de su retina hasta relacionar los vestigios de su presencia consigo misma. Desborda su menuda figura contra un cristal mugriento, donde el hálito, aparentemente suyo, se adhiere como testimonio fiable de existencia. La instigan para que evoque su recuerdo. A escasos metros sobre un posible infierno, tantea el terreno con pasos desconfiados, pero procura regresar a casa.