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lunes, 17 de noviembre de 2014

La verdad callada

Caía la noche. Gritó mi nombre y me insultó por última vez. Sentí cómo sus pulgares se clavaban en mi garganta. Y yo, dócil, serena, me dejaba morir. Sin pugna, sin lucha, sin resistencia. Asumí que aquella no era mi vida, que aquella no era yo. El dolor me paralizaba mientras cualquier felicidad se derramaba a través de mis ojos.  Ya ni siquiera tenía el valor para mirarle a la cara. A el, a quien me había dado tanto, a quien ahora me lo quitaba todo. Fue entonces cuando observé mi reflejo en el espejo, la efigie de una mujer asfixiada, aniquilada. El destello de un alma que suplicaba ayuda. Y de repente la noche, la oscuridad. Ya era tarde.