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martes, 17 de diciembre de 2019

GANADORES DE LA VI EDICIÓN DEL CONCURSO DE MICRORRELATOS CONTRA LA VIOLENCIA DE GÉNERO


Reunido el Jurado del VI Concurso de Microrrelatos contra la Violencia de Género, formado por las siguientes personas:

Presidenta: La concejala delegada de Mujer e Igualdad de Oportunidades y presidenta del Consejo Municipal de Igualdad del Ayuntamiento de San Javier, Dña. Ana Belén Martínez Garrido.

La trabajadora social del CAVI Mar Menor y miembro de la Comisión de Violencia de Género del Consejo Municipal de Igualdad del Ayuntamiento de San Javier, Dña. Silvia Velázquez López.

El bibliotecario del Ayuntamiento de San Javier, D. Juan Salvador Egea Franco. 

El secretario del Consejo Municipal de Igualdad del Ayuntamiento de San Javier, D. Felipe Andrés Gutiérrez.

Una vez leídos todos los microrrelatos, el jurado otorga los siguientes premios, según las bases del Concurso, a las siguientes personas:

1er premio, dotado con 250 euros, a D.ª E. H. de M. con el microrrelato Historia Nueva.
 https://sanjaviercontralaviolenciadegenero.blogspot.com/2019/11/historia-nueva.html

2º premio, dotado con 150 euros, a D. A. J. D. T. con el microrrelato Un Tercer Piso sin Ascensor.
 https://sanjaviercontralaviolenciadegenero.blogspot.com/2019/11/un-tercer-piso-sin-ascensor.html

3er premio, dotado con 100 euros, a D.ª L. G. de T. B. con el microrrelato El Ruido de la Sororidad.
 https://sanjaviercontralaviolenciadegenero.blogspot.com/2019/11/el-ruido-de-la-sororidad.html


jueves, 12 de diciembre de 2019

Y yo sólo pido ser mujer

Con su máscara de ser generoso prometió convertirse en mi ángel. Y yo le creí.

Con su careta de hombre cariñoso aseguró que me haría feliz. Y yo me ilusioné.

En el viaje que nos llevaría al firmamento el antifaz se desprendió de su rostro. Y yo comencé a sufrir.

Con su semblante de auténtico monstruo sus palizas me hicieron morir. Y yo, desde el cielo al que me has impulsado, pido justicia para ti mujer.

Entre el hielo

La mujer que intenta masticar la comida con unos dientes que no son los suyos contempla a los cuatro niños que están sentados al otro lado de la mesa. Mientras ella apenas llega al plato, sus nietos están cada vez más altos. Al verlos reir felices, se impregna de la alegría que le falta. Salvo por estos pequeños momentos de luz, se siente triste, encogida, mayor. Su marido charla jovial con el resto de los invitados. Está contento entre los suyos. No percibe en él ni sombra del frío muro con el que se topa a diario. Siempre duro, exigente y afilado. Aunque nunca ha recibido de él una palabra cariñosa o alentadora, ella sigue a su lado, como prometió.

Chocolate

Me quedo mirando cuando te vistes. Escondes ese lado de la cara y pasas la esponja por tu mejilla, es milagrosa. 

Cada vez que pasas cerca, me das un beso. Cuando nos preparamos para ir al supermercado eres irresistible.

Él está en el salón. Con esa camiseta de tirantes, se puede leer en su piel nuestros nombres y, sobre ellos, aquellos dibujos. La gente lo observa, me parece que saben lo que pasa en casa.

Te has vuelto a cambiar, ese pantalón ancho no me gusta, ¡es tan negro!

Ya en la tienda, llena de gente, le he visto sonreír. Aprovechas y coges chocolate.

No quiero volver a casa.

Frío

Frío.

Como el silbato del sereno que anunciaba el toque de queda. 

A la misma hora, como cada viernes, el infierno entra por la puerta.

El frío en la inocencia de mis cinco años que se sentían en el abismo.

Con la indefensión aprendida de quien no encuentra consuelo en los brazos de una madre.

Tantas veces tuve que bailar conmigo misma, a pies descompasados, entre notas malsonantes la misma canción. 

Que aprendí a ser.

Ser esa mujer que vio a su madre caer a un pozo en el que tú la ahogabas. 

Ser esa mujer, no rendida, que insistió en quitar esa mordaza para que ella viera que se merecía la vida.

La vida sin ti.

Papá, mamá, entiéndelo

Mis padres me obligan a casarme con un hombre al que yo no quiero. Parece ser que ellos no lo entiendan, por mas veces que les repita que yo no pienso subir en el altar y prometerme con ese chico, ellos no me hacen ni caso. Intento explicárselo pero mis padres son de mentalidad cerrada, no entienden que no quiero a ese hombre, i no porque no me gusta, si no porque des de pequeña me he sentido atraída por las personas de mi mismo sexo.

La escuela


Sale a la pizarra por orden de su profesor. Con tan solo once años ya es apreciada por sus dotes. Esta vez tampoco es capaz de resolver el problema aunque todos los chicos prestan curiosa atención. El maestro, tan amable como siempre, la invita a su despacho una vez más. Necesita más clases de refuerzo.

Otra tarde productiva − repite el profesor mientras la despide con una palmadita en el culo.

Ver para crecer




Ese día jugábamos el gran partido entre el barrio del norte y el barrio del sur, pero nos faltaba un jugador.

—Hola, chicos, ¿puedo jugar? —dijo Andrea muy contenta, vestida con su pantalón corto y sus botines de fútbol.

Todos nos quedamos mirándola con cara de asombro.

—Sí, claro, ¿por qué no? —dije entusiasmado.

—¡Es una chica!, no sabe jugar —me dijo el capitán del equipo al oído.

—Y… ¿quién lo dice?, a lo mejor es tan buena como cualquiera de nosotros.

—Si perdemos, será por tu culpa.

—¡Vale!, asumiré ese riesgo.

Ganamos por tres a uno y Andrea había metido dos de esos goles. El capitán se quitó su guante de portero y fue a felicitar a Andrea.

Literatura


Me entregó su vida una mañana de enero. Aquel regalo carecía de envoltorio. Su mano apretaba la mía mientras me ayudaba a recorrer el abecedario. Armadas de tinta, juntas llenábamos de color un mundo que, sin saberlo, nos daba la espalda.

Hoy solo quiero recordar su nombre en estas líneas, gritar los días que le arrebataron, los versos olvidados y las sonrisas que borraron de nuestros rostros. Aquel día no me enseñó a escribir, ella me dio voz para contar nuestra historia, la que acontecía entre paredes y puñetazos.

Mamá, viven tus batallas, lecciones y caricias entre mis palabras, eternamente, en este espacio llamado literatura.

Siempre


El tick azul dilucidó el contenido del mensaje. El fragor de las sombras vespertinas de ayer, los besos incandescentes, el apetito consumado; le di todo lo que fui. Encendí y apagué el móvil repetidamente, esperando una respuesta, tratando de ocultar los accesos de locura a los que me sometía. Entonces recordé a aquella chica con la que estuvo hablando a solas la noche anterior. «Eres lo que más quiero», solía decirme, pero con mi apariencia solo le bastaba. Saboreaba mi cuerpo, recorría mi espalda con sus dedos de porcelana, discurría por sendos promontorios. Yo le daba luz verde, creyendo que sería suya. Tras horas entrelazados por las sábanas, concluye siempre: «mañana a la misma hora te querré más.»

Huellas


Las ventanas aleteaban escabulléndose de un huracán de pensamientos. La lluvia impedía ver más allá de sus dedos arrugados por la paciencia. Gritó a los cuatro vientos. Silencio. Solo se escuchaba sus zapatos roídos por dientes vulpinos. La luna parecía inmarcesible en el cielo, ocultando su luz de aquellos callejones. Gritó a los tres vientos. Silencio. Golpeó sus nudillos en la madera. Jipió de rodillas debajo de un balcón. Solo un cuervo la vio, de lejos, sin detener su vuelo. Gritó a los dos vientos. Silencio. Rebuscó su móvil en cada uno de los bolsillos de su chaqueta hecha jirones, aún sabiendo que no lo encontraría. Gritó al viento. Silencio. Cristal rojo en su muñeca ahogada en un charco cualquiera.

Se despertó


Y cuando esa mujer se despertó, se dió cuenta poco a poco, de que aquél en que ella había confiado, la había estado destruyendo, queriendo o sin querer.

Fue una gran revelación que sacudió su mundo y el mundo de todos los que la querían. Pero ella, con fortaleza y coraje atravesó el terremoto. Y mientras veía lo que era su vida caer en pedacitos, sacó el escudo del amor para proteger a los más inocentes quienes dependían de ella. Así se refugiaron un tiempo.

Luego, llegaron la paz, la libertad, la esperanza, la autonomía, la diversión, la alegría, el interés y el optimismo, no solamente a esa mujer, sino a esa casa y a todos los que la querían. 


Sherezade


Al principio, cada día inventaba una historia para él. Después comencé a hacerlo para mí. Lo disculpaba por el cansancio, o por el alcohol, o por la falta de futuro, hasta convencerme de que en el fondo me quería. Sin embargo, a pesar de mis esfuerzos, yo siempre terminaba igual: sangrando en alguna parte de la casa. Tuvieron que pasar más de mil y una noches para que abriera, por fin, los ojos. Cuando lo hice, aquel policía me ofreció su mano, entonces me dejé de cuentos y le dije, simplemente, la verdad.




Maleta



¿Cómo meter una vida en una maleta? ¿Cómo hacerlo a contrarreloj? El no tardaría en volver... ¡y eran tántas las cosas que quería llevarse!. Las fotos de sus hijas. Las joyas, por llamarles algo, de su madre; tanto tiempo ocultas por temor a que se las arrebataran. Los vestidos que no había podido ponerse durante años.  Lo fundamental eran los diarios. Ahí estaba todo: el miedo, la angustia, los golpes, el encierro,... Sus hijas tenían que saber, todo el mundo tenía que saber,...  De repente se abrió la puerta. - ¿Vamos? - le preguntó su vecina. Después de haber visto tantas veces la película, ambas estaban dispuestas a que la historia de Thelma y Louisse terminara de forma distinta.


Por todas las que algún día fueron silencio


Valeria no ganó. Con los ojos empañados de esfuerzo veía a lo lejos la meta, y siguió corriendo. Cada vez estaba más cerca. No se acordaba del número de su dorsal ni de cuántos kilómetros aún le faltaban por completar, solo siguió hasta llegar al final. No iba a subir al podio, no iba a morder la medalla como Ruth Beitia ni tampoco iba a enmarcar el dorsal en su habitación. No le importaba, ella decidió correr en nombre de todas aquellas a las que alguna vez, como a Valeria, alguien habría dicho que no, que no podrían. Valeria alzó los brazos en cruz y respiró hondo. Esto sólo era el principio.

Con salida

                            
Ella abrió los ojos, él le cerró la boca. Ella ya no estaba allí…
                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                       

Cicatrices de las pequeñas criaturas


Irremediablemente cruel; siempre que atravieso ese tramo de la carretera camino del pueblo, en irónicas huidas en busca de la paz, que poco a poco, me arrebata esta ciudad; mi mente me traslada a aquel ocaso de noviembre, a aquel episodio, uno más de tantos, y vuelvo a ver, la deslumbrante luz de los faros de los coches que vienen en el sentido opuesto, transmutando en siluetas oscuras a mis supuestos protectores; vuelvo a escuchar, el eco de los gritos llenos de asco y rabia que se profieren; vuelvo a inhalar aquel humo de cigarrillo; a veces, el pánico, la impotencia y el terror que acosaban a aquella vulnerable niña, que era yo, permiten a la pena germinar, y golosa, me arrebata una lágrima; pero luego, la carretera continua, al igual que continuó mi vida, y todo se disipa, y se queda atrás, y recuerdo que logré sobrevivir.

Juntos saldremos


Muchos son los golpes que han devastado últimamente nuestras calles, nuestras casas, nuestras gentes, nuestro mar, pilar de nuestro entorno.  La naturaleza ha azotado con fuerza nuestra tierra pero, el ser humano, a veces, golpea más fuerte, incluso.  Dicen que cuando el dinero falta, el amor salta por la ventana y el mío se ha precipitado al más hondo de los abismos.  En medio de todos éstos infortunios, me ha tocado vivir, en propia persona, lo que siempre parece que se ve lejano, pero igual que juntos nos estamos reponiendo de todo lo demás, yo también conseguiré sobreponerme a esto. Ni una vez más, ni un golpe más.

Postdata



Estaba acostada boca arriba y sus ojos de fuego apenas podían mantenerse abiertos. Se desprendió de sus recurrentes pensamientos cuando lo vió frente a ella. Esta vez no se escondería debajo de la cama.  No sabe cuánto tiempo transcurrió, pues todo se quedó inmóvil. Tal vez pasaron horas, o dias. Su indigna vida, llena de cicatrices, le pedía que siguiera adelante. Así, que cerró los ojos y lo dejó gritando antes de volver a mirar a la luna y ver cómo brillaba venganza. Se vió a sí misma en el depósito de cadáveres, leyendo una etiqueta con el nombre de su marido.  De repente comenzó a convulsionar. La enfermera tuvo que administrarle una dosis doble de tranquilizantes.

Mírate


Busco el maquillaje, como cada mañana, uno que sea oscuro, aunque mi piel sea blanca como la nieve. Mejor salir a la calle pintada como una puerta que tener visibles las marcas de haber sido golpeada contra la puerta de mi casa. No puedo dejarle, la culpa es mía, no puedo irme. Qué vergüenza contarlo, alrededor señalarían y mi hija se disgustaría. Ella tiene su vida, sus hijos y su marido, no quiero distraerla.

Hace poco me llamó por teléfono, tenia la voz temblorosa, pregunté qué ocurre, respondió nada, solo que estaba cansada. Me acerqué a su piso, vive cerca mío con su marido. Cuando entré al salón vi que estaba sentada, me acerqué a verle la cara, muy maquillada.

Un abrazo. Muchas gracias.