No soy hombre, soy mujer. Y fui preciosa. Ahora salir me da miedo. Especialmente los sábados. Sólo una vez salí, y fue suficiente. Había partido. El encuentro del siglo, decían. Bajé fabulosa, pintada como una puerta, con un vestido ajustado. Las calles estaban vacías. Los bares repletos. Para cuando decidí volverme a casa, uno de los dos equipos había ganado. Vi a unos chicos llevando una bandera. Les grité guapos contagiada de entusiasmo. Ellos me llamaron maricona. Me reventaron los huesos a patadas. Me rociaron con aerosoles. Me escupieron. De tan aturdida no podía ni pensar. Solo sentí miedo. Ahora he renacido. En la asociación, defendiendo los derechos LGTB. Ahora soy mucho más bella, todavía.
La Concejalía de Servicios Sociales, Mujer e Igualdad del Ayuntamiento de San Javier te anima a participar en el concurso que convoca. Así mismo abre un espacio creciente de microrrelatos contra la violencia de género para su lectura. Participa y difunde.
lunes, 7 de noviembre de 2016
La noche del valor
Mi tía se presentó en casa. Con su hija de tres años en brazos y dos bolsas llenas de ropa. Mi tía no dijo nada. Se abrazó a mi madre. Se dejó abrazar. Lloraba. Yo nunca había visto llorar así a un adulto. Apenas emitía sonidos ininteligibles Solo entendía algo "A ella no...." Mi tía se esforzó en sonreír y darme un beso. Lo que me ilumina, cuando a veces dudo, es ese beso, lo que me ilumina es la fuerza de mi tía, aún en un momento en el que parecía frágil y perdida, lo había logrado. Porque me ofreció el ejemplo de quién lucha por romper el destino cerrado, por convertir los círculos en espirales y remolinos vivos, que, en lugar de encerrarse eternamente en torno a un centro inmóvil, puedan abrirse hacia futuros insospechados, hacia vidas nuevas que amanezcan en cada gesto. Y ese valor solo puede salir de la rebelión, de perderle miedo al miedo. De descubrir que tras la noche del valor, llega el amanecer de una nueva vida.
Sonreír y nunca caer monte abajo
Cerró la puerta con cuidado tras él. Hoy también iría al monte. Aparcaría en ese pueblo tan bonito, de piedra y hiedra. Luego subiría a la cima, se dejaría rozar por el sol, se alegraría de estar pisando tierra, de sentir el viento suave del principio de invierno… Sonreiría.
Y, mientras, ella oiría cerrarse la puerta con cuidado desde el fondo del pasillo. Le vería salir de casa mientras pronunciaba aquellas consabidas palabras: "Quizá hoy no vuelva" "Quizá me deje caer monte abajo".
Y en la cocina una nota. Otra nota más que arrugaría después de leer. Otra nota. Otra nota en la que él repasaría lo que valoraba y lo que odiaba de ella.
Ella… evaluada constantemente. Él… sonriendo.
El gallo Perico
Al jefe le llaman gallo Perico,
les canta y despierta cada mañana.
Molesta a todos con su fuerte pico
y salta por donde le da la gana.
A la buena y bonita Guillermina
tiene llena de heridas con su pico,
así se llama se novia gallina,
la trata fatal el gallo Perico.
― ¡Perico, ya sabes que no te quiero!
Le dijo alto cuando él entró en su casa.
― ¡Eso consentírtelo yo no puedo!,
contestó con la mirada que abrasa.
Fue cuando el gallo se puso furioso
y picó el plumaje de la gallina,
más que un ave parecía un gran oso
y la pobrecita quedó supina.
Así fue como el gallo mencionado,
quedó en una jaula, siempre, encerrado.
Ella
Ella no miraba al suelo. Ya no. Decidió caminar erguida, desatar su melena y sentirse bien. Decidió mirar a los ojos a quien nunca la había visto. Decidió ser igual. Tras tanto caer decidió levantarse. Tras tanto silencio decidió poder hablar. Tras tanto luchar consiguió ser quien era. Ella, por fin, era una mujer.
Ella
Ella no miraba al suelo. Ya no. Decidió caminar erguida, desatar su melena y sentirse bien. Decidió mirar a los ojos a quien nunca la había visto. Decidió ser igual. Tras tanto caer decidió levantarse. Tras tanto silencio decidió poder hablar. Tras tanto luchar consiguió ser quien era. Ella, por fin, era una mujer.
La bicicleta de E.T.
Dos casi enamorados sentados en un acantilado. Ella saca un microscopio y una probeta. Él lee a Benedetti. Se besan. Ella deposita en el microscopio el fluido resultante de un beso de tormenta. <<Nadie me habló de un experimento>>, dice él como si hubiese contemplado Hiroshima en 1946. <<Busco a un ser humano con la cara de Kurt Russell y el corazón de E.T., un ser cuyo único vestigio troglodita sean sus facciones de malote. Que E.T. me haga volar suena relindo, pero su concepto del amor, el respeto y la igualdad, eso me hace madre. Un ser evolucionado, entre la poesía y la química de un beso>>. <<Tuve la bicicleta de E.T. y tengo alma de niño>> susurra él.
Resilencia
Dícese de la capacidad de adaptación de un ser vivo frente a un agente perturbador o un estado o situación adversos. Y, también, dícese de acabar con la dependencia emocional, vencer al miedo paralizante y la vergüenza, cambiar las lágrimas por coraje, llamar al 016, denunciar, separarse, superar las vejaciones y los golpes, dejar atrás las humillaciones, reconstruir la autoestima, volver a creer en las personas y en el amor, comenzando por amar a la persona más importante de tu vida: tú misma.
Injusticia
- Pero… ¿Le ha pegado?- interviene el juez Romero interrumpiendo a su abogada.
A Susana la pregunta le causa un escalofrío, aunque sea obvia en un juicio por malos tratos. Lo que la inquieta no es la pregunta, es ese "pero" que la antecede. ¿No es suficiente todo lo que ha relatado? ¿No cuenta el asedio con decenas de correos recibidos a diario?, ¿ni las llamadas con insultos que ha traído grabadas?, ¿tampoco las amenazas, los sabotajes, la vigilancia a la que la somete día y noche…?
Susana responde que "No. Pegarme no, sólo…" el juez no la deja acabar:
- Entonces, si no le ha pegado…
Basta
Te has cansado de volar con alas prestadas. Ahora encierras para siempre la palabra perdón y cruzas el amanecer esperando que tu determinación te impulse hasta su olvido.
Los golpes ya no lastran tu luz y los gritos no ocultan las mentiras que llegaste a creer. Ahora solo ves tu verdad. Eres como siempre has querido ser: una huella en tu propio camino, un deseo que nunca te dejaron concederte.
Ya no hay confusión en tus sueños ni vuelos frustrados. Ni remordimientos. Ni dolor.
Te enfrentas al espejo sin pinturas de guerra que oculten tu realidad, sin esos golpes que aprendiste a esquivar... Sin miedo.
Basta. Por fin, solo estás tú.
La tempestad
Aun le sudaban las manos, tenía los nudillos blancos de aferrarse al silencio oscuro debajo de la cama.
Vino el perro a lamerle la cara, a calentarle el alma, a devolverle a la realidad de esa paz transitoria.
La tempestad había cesado por hoy.
En la casa quedaban los restos del naufragio,
A contracorriente, fue recogiendo la luz del último relámpago para alumbrar la esperanza de mañana.
Pero mañana, no se le habrán curado aún los golpes, cuando su torpeza hará estallar la tormenta de nuevo.
¡Corre, escóndete! -Le volverá a rogar su madre- mientras llueve desesperadamente sobre su miedo.
Vino el perro a lamerle la cara, a calentarle el alma, a devolverle a la realidad de esa paz transitoria.
La tempestad había cesado por hoy.
En la casa quedaban los restos del naufragio,
A contracorriente, fue recogiendo la luz del último relámpago para alumbrar la esperanza de mañana.
Pero mañana, no se le habrán curado aún los golpes, cuando su torpeza hará estallar la tormenta de nuevo.
¡Corre, escóndete! -Le volverá a rogar su madre- mientras llueve desesperadamente sobre su miedo.
La voz de todas
Querido ser inerte:
No me callaré aunque selles mis labios con los puños cerrados, aunque tatúes en mi piel tu demente inseguridad. No me callaré cuando con tus perturbados versos me aterrorices, ni cuando me impongas lo que tengo soñar, lo que tengo que sentir, lo que tengo que pensar. No me callaré cuando me sorprenda confundida pensando que te quiero. No me callaré carroñero desalmado aunque mates mi libertad y me robes la vida para llenar la tuya. No, no me callarás cuando más débil me creas, incluso cuando en polvo y ceniza me conviertas seguiré gritando y me oirás, claro que me oirás.
Lágrimas pospuestas
Regresa de la calle lo más rápido que puede, con comida para su gatita.
El “¿dónde te habías metido?” suena en un tono más tenue que de costumbre. Le causa mayor preocupación lo que él dice antes de marcharse de un portazo: “Estaba rabioso. La culpa es tuya por tardar tanto”.
Princesa está inmóvil, de su boquita pende un hilo de sangre fresca, los ojos se le han congelado en un rictus de incomprensión desde que recibió el golpe.
La mujer no llora, sabe que lo hará, pero lo deja para más tarde. En su lugar, por fin, se decide a marcar un número de tres cifras que no deja rastro en el recibo. Una voz cálida le responde.
¡Basta!
María se vistió lentamente y se puso un pañuelo al cuello para ocultar las marcas de la noche anterior. Se agachó para ponerse los zapatos y sintió un profundo dolor en la espalda, que le recordó que tenía que recoger los cristales rotos del salón. Las palabras "no eres nada" aún retumbaban en su mente. No se explicaba cómo había podido llegar a esta situación de soledad y desamparo. No recordaba cuándo perdió a sus amigas y dejó de hablar con su familia.
No recordaba nada pero una certeza revoleteaba en su fuero interior: el amor tenía que ser otra cosa.
Con manos algo temblorosas hizo su maleta y salió de la casa, dando un sonoro portazo.
Pesadilla
Era Halloween y la televisión solo emitía películas de terror. Se detuvo en una que le trasladó a su juventud, la de un hombre con la cara quemada que perseguía adolescentes a través de sus sueños. Debió quedarse dormida porque al momento se vio corriendo por un callejón oscuro mientras una aterradora sirueta estallaba en siniestras carcajadas al tiempo que hacia chirriar sus cuchillos. No había escapatoria. Entonces escuchó una voz en su interior: Se alimenta de tu miedo.
Le despertaron unos gritos demasiado familiares que venían del pasillo donde una amenazante sombra avanzaba hacía ella vomitando insultos y amenazas. Sin tiempo que perder, reunió todo el valor posible, tomó el teléfono y marcó el 016.
Buena persona
Lo conocí hacía tan sólo una semana, y, desde entonces, todo habían sido atenciones conmigo. Estábamos en su casa, y él había preparado el almuerzo. Después de comer, preparó café. Lo bebimos sin prisas, saboreando el momento. Dos soledades compartidas que habían dejado de serlo. Me está enseñando muchas cosas. Es muy sensible. A veces, hasta he envidiado a su difunta esposa. Debió quererla mucho, darle su sitio, respetarla… No había más que observarlo.
A media tarde le dio el ictus y hubo que ingresarlo. Él no tiene a nadie, pero es buena persona. La gente me dice que por qué lo cuido, que no tengo obligación. Pero tengo que hacerlo: él no quería ponerse malo.
Sólo
-En este callejón solo estamos tú y yo, preciosa.-Dijo cortándole el paso, dominante, haciéndole retroceder.
-No, solo estás tú.-Respondió ella titubeando pero segura de sí misma.
-No me vengas con cuentecitos que no llevo un buen día.-Le espetó con tono amenazante.
-Y peor lo vas a llevar si no me dejas marchar.
-Serás insolente…-Masculló lleno de ira, mientras su puño se dirigía a una velocidad vertiginosa hacia el rostro de ella.
Solo había parpadeado, cuando una mano ajena había frenado el golpe.
...
Cientos, miles de personas rodeaban a la muchacha.
-016, ¿En qué podemos ayudarle?
Tienes suerte
Tienes suerte porque soy un hombre íntegro que aguanta tu idiotez sin haberte puesto la mano encima nunca. Un blando por cargar con una imbécil como tú toda la vida. Las mujeres tenéis que estar en el mundo, qué le vamos a hacer, pero es que tú no sabes hacer la O con un canuto. Te daría una bofetada a ver si espabilas. Me voy a cenar al bar porque lo que haces tú es basura.
Antonia, con el corazón a punto de estallar, guarda su ropa y saca del armario la documentación que la acredita como titular del puesto de trabajo que ha ganado estudiando durante muchos años a escondidas y cierra la puerta de su prisión para siempre
El Ritual
Mama siempre lo hacía antes de irse a dormir. Era una especie de ritual que se repetía en cuanto papá se iba a la cama. Un ritual casi maquinal, pero que a ella debía resultarle tranquilizador. En cambio, visto desde la distancia, había mucho de irracional en ello; la misma irracionalidad que empuja a alguien a taparse con las sábanas como si así fuera invencible ante el monstruo del miedo, como si la muerte no pudiera sobrevenirle por las manos del monstruo ahogando su garganta, o de cualquier otra forma. Ella necesitaba esconderlos, asegurarse de que en la noche el monstruo no los encontraría mientras dormía. Él jamás halló los cuchillos y tenedores en el hueco del sofá.
Pecaminosa condición
Fueron años de desdichas, pero alcé mi voz. Y resonó contra las ventanas como un canto de victoria.
No. Nunca más volvería a caer víctima de tus golpizas, ni vería mis lágrimas derramadas al tiempo que tus manos se derraman sobre mí. Porque rota está la jaula que me apresaba el corazón, y libres mis sentimientos cautivos de tus mentiras.
Si pensaba que todo estaba perdido, el tiempo me demostró que hasta las heridas más profundas pueden dejar de sangrar, y que la decisión de escapar para siempre, aunque escondida entre una espesa neblina, se puede alcanzar.
Y al alcanzarla, nos libraremos de las desgracias e injusticias ligadas a nuestra innata, pecaminosa condición: ser mujer.
De tu plan, mi huída
Velaba una orden de alejamiento familiar. Recién bajado del coche, Rasheed, tenso y acelerado, puso en escena su tramoya. Al fondo del galerón, su memoria dejaba atrás los estridentes ecos que reproducían entre sollozos el dolor de una temerosa víctima. Secretos entre cortinas, angustias apacentadas en las tripas, veneno que quema en la piel de la víctima protectora de sus hijos. Presto a adentrarse, cruzó la calle, atravesó la cancela y al acercarse al patio, sus ojos reflectaron un papel sujetado por el cenicero: " con esta breve nota dejo abandonado el callejón desolado. Lo nuestro se acabó. Ellos vendrán a mi lado. A tu amigo le vi pasar, mientras salía. Supe que lo volverías a intentar". Las luces estaban encendidas.
Sangre lacerada
Voy caminando por las calles, silenciosa, con la cabeza agachada: sangre lacerada de heridas, como las que surcan mi cuerpo. Llevo unas gafas obscuras para que nadie pueda ver los ojos morados, como si fuera yo la culpable.
Pero el recuerdo de aquel noviembre está marcado en el marchito y amarillo calendario con sangre lacerada que mana de la herida de mi alma. ¡Maldigo el día en que te conocí!, en que dejé de ser yo misma e hipotequé todo por estar a tu lado. Y hoy, recordando aquellos días, me duele hasta el aliento. Voy clamando y ecos de oídos sordos. Mi clamor se pierde en el espejo, en potente estertor eterno de la violencia de género.
Bodegón
Saltó por la ventana. Sería muy rápido: solamente habría de esperar recorrer los cinco pisos que le separaban de la acera gris.
Cerró sus ojos, llenos de lágrimas, por última vez.
Su ex-mujer yacía muerta en la cocina. Trenta cuchilladas se habían encargado de ello. Había algunas frutas esparcidas por el suelo y trozos de cristal de una botella de vino, huellas, en definitiva del forcejeo, de la intensa pelea que había habído en el lugar durante la última media hora.
Ella, años atrás, le había perdonado sus primeros insultos. Nunca denunció ninguna de sus agresiones físicas. Pero haber sido asesinada tal vez no se lo pudiera perdonar nunca: la existencia de Dios no es algo demostrado.
Superhéroe
El niño no entendía por qué su madre ya no podía llevarle a la playa en su batmóvil mientras la abuela les daba a trocitos los bocadillos de mortadela que había hecho para merendar y así no tener que parar en ningún bar de carretera.
Tampoco sabía por qué la yaya lloraba a todas horas, ni que la famosa jueza que había declarado la guerra al terrorismo machista y que había sido brutalmente asesinada días atrás por su expareja era su madre. Él era el hijo de Batwoman, por eso a veces salía en las fotos vestida con una toga negra. Era su disfraz de superhéroe. Ni a mamá ni a él les había gustado nunca la palabra "superheroína".
Tono de dolor
Deseos de cambiar el tono del salón, porque los insultos, gritos y golpes volvían a empapelar aquellas paredes. Ese día decidió que su vida tomaría un rumbo diferente. La negatividad de aquellas paredes se transformarían en tapices llenos de colores vivos, que le devolviesen la alegría que hacía ya mucho había perdido. Pero el problema permanecía ahí, porque detrás de aquellos preciosos tapices, seguía el tono gris.
Camino de Santiago
La perseguía con un cinturón en la mano, fue un visto y no visto. Estaba harta de aguantar sus gritos, nunca le puso una mano encima, pero mentalmente la tenía muy cansada, y se lo dijo antes de echar a correr.
A los cincuenta metros estaba a punto de alcanzarla, ella no podía más, pero justo cuando tropezó con aquella piedra, desapareció de su vista. No la volvió a ver más, se quedó tan asustado que prometió cambiar y hacer el Camino de Santigo. Nadie se pudo explicar lo que allí ocurrió esa mañana. Algunos dicen que fue una interrupción del espacio-tiempo hecha por una ventana interdimensional, otros simplemente creen que fue un milagro.
Tres cosas hay en la vida...
Desde que el dinero dejó de alimentar nuestro amor, me han salido moratones por todo el cuerpo.
Sí
Los amigos de Rodolfo participan en el rapto.
Leocadia es violada aprovechando su inconsciencia.
Prefiere morir a vivir deshonrada.
Disuadida por su padre.
Duele la malicia del pueblo.
Rezar y resignarse.
Dar a luz en secreto.
Temor a ser rechazada.
Casados por un sacerdote.
La pareja vive feliz para siempre.
En cuanto termina de leer la última frase, la muchacha lanza furiosa la obra de Cervantes contra la pared de su habitación.
La actitud de Leocadia y de su padre le resulta tan repugnante como la de Rodolfo y sus amigos.
Desesperanzada se pregunta si algo ha cambiado en estos siglos
Mi amiga Loli
Tuve una amiga. Loli. Casada. Larguirucha. Gordita. Pelo liso. Rizado. Y espectacular. Como todas. ¿Estudios? Nada. Aunque inteligente. Y muy inocente. Era cocinera. Taxista. Limpiadora. Enfermera. Madre. Y, aun así, la llamaba desempleada. En ocasiones especiales, el vestido rojo. Tacones. Rímel. Brillo. Pelo suelto. Y a veces recogido. Y la llamaba fresca. Con el tiempo se aburrió. Y se compró un libro. Luego otro. Aprendió sobre historia. Economía. Lingüística. Política. Medicina. Y, todavía, la llamaba inútil. Llorando me vino. “No sirvo”, sollozó. “Tú estás tonta, Loli”, le dije yo. Más tarde rectifiqué. “Tú estás ciega, Loli”. Y convencida se fue. Guardó la venda en la maleta. Y se marchó. Con su vestido rojo. Para esta especial ocasión.
Érase una vez un pez
Apenas veo. Las lágrimas hinchan mis ojos. Distingo a mis hijos muy entretenidos viendo una película de un pez. Tiene un problema de memoria bastante grave: olvida todo lo que le ocurre. Olvidar… ojalá yo pudiera. De repente, empiezan a cantar:
- “sigue nadando, sigue nadando” …
Su canto me exhorta a lanzarme a la batalla. Y sin pensarlo, cojo aire y me zambullo. No sé por cuánto tiempo voy a poder aguantar la respiración, no recuerdo lo fuerte que era. Hace ya más de 5 años que toda la energía que tenía me la robaron. Y es entonces cuando escucho su voz y respiro aliviada:
- “016 dígame! Tranquila te vamos a ayudar”.
Volando
- "Espérame, no te muevas, que llego volando"
Él dejaba todo para volar junto a ella.
-"No te muevas, que quiero ver lo guapa que estás "
Nunca se movía, y se veía guapísima en ese espejo que, a solas, reflejaba un cuerpo herido, un alma dolorida.
Ella, hoy, tiene una jaqueca espantosa pero la cabeza va volviendo a su ser. También ella pudo volver y ahora es ella la que vuela al trabajo, la que vuelve volando a casa.
Es ella la que ahora, sin miedo, abre las ventanas para ver un jardín, que, aun siendo otoño, está fresco y lleno de color, como ella.
La jaqueca va desapareciendo, al igual que la pesadilla de su vida pasada.La decisión
Salió reforzada de la consulta de la psicóloga «nada justifica en el hombre la violencia contra la mujer» –dijo- y, tenía razón.
Estaba harta de sentir miedo al volver del trabajo, de ver ira en sus ojos y sus palabras; de sentirse controlada, de responder a tantos interrogatorios; de los puñetazos en la mesa y las noches en vela. Harta de sentir angustia ante sus injustificados celos; de su chantaje «te quiero tanto, si me quisieras te quedarías en casa».
No podía más. Ella que en su trabajo como militar era respetada y valorada, como mujer se sentía totalmente anulada. ¡Hasta hoy!
La mujer culpable
Camina. Toma aliento. Se detesta, detesta todo lo que hace y cada segundo que pasa. Su existencia la acerca cada vez más al desastre. ¿Quién lo diría? Pero un leve roce hace que todo se inunde de gritos. Se la observa desde fuera para no soliviantar sus cincuenta kilos.
Se la oye respirar. Por dentro está pensando. ¿O es que está ya fuera y no se da cuenta? Una voz resurge en su cuerpo hueco. A pesar de las voces, dentro está sola. Así de extraño parece ser libre. El espejo le devuelve miradas comprimidas y amplificadas. Siente el vértigo. Lo convierte todo en objeto de culpa. Así aumenta su imperio. Esta tirana respira desde fuera, aunque sienta demasiado dentro.
Perder es el único pecado que no tiene redención
Perder es el único pecado que no tiene redención
Aprendió a perder desde que nació cuando se murió su madre en el parto, fue el primer abandono en los primeros segundos de vida. Perdió cuando la nombraron, Angustias.
Su padre se perdió naufragando solo en una botella reemplazable y esa perdida la asumió ella. Perdió en la adolescencia cuando se vio como madre soltera de una niña apenas menos niña que ella, perdió al someterse al ojo escrutador insincero y casposo de una religión heredada por cometer un pecado de lujuria. Perdió cuando aquel pueblo menguante la condenó a un ostracismo silencioso.
Por eso una mañana de un mes donde el otoño empezaba a notarse salió de allí, porque perder es el único pecado que no tiene redención.
Luna Nueva
«Te daré la luna», me dijiste mientras alargabas los brazos hacia el cielo y yo, inocente, me enamoré de tus mentiras.
Unas mentiras que pronto perdieron dulzura y se fueron tornando amargas hasta que una noche, tus susurros se convirtieron en insultos. Y el daño de tus palabras me dolió tanto como las heridas de tus golpes.
Con lágrimas en los ojos y sangre en los labios, seguí creyendo que cuando levantabas el brazo, era para traerme la luna. Esa misma luna que un día, cuando me querías de verdad, me prometiste.
Anoche rocé el cielo con los dedos y entre sueños descubrí que no necesito héroes junto a mí. Por eso hoy empiezo una nueva vida, sin ti.
miércoles, 2 de noviembre de 2016
Te veo tantas veces como miro
Me visto de señora, de camarera, de profesora. Para ti. Porque mi trabajo no sirve de nada. Porque no soy nada. Salgo a la calle y te veo tantas veces como miro. Te veo vestido de traje, mirándome por encima del hombro. Te veo levantando un muro y me gritas que estoy buena.
Llego a casa y te veo en calzoncillos. Me golpeas porque no está la comida lista y me maquillo. Me pinto la curva de la boca. Que no quede constancia. Huyo de esas manos que se abren cuando me miran. Pero es de noche y me violas con tu pasamontañas.
Ahora te veo con uniforme de policía. Te oigo decir que es mi culpa. Que llevaba falda.
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