Tercer café de la mañana. Se sentó en un banco de la entrada, con el sol resquebrajando la bruma matutina y los primeros coches haciendo añicos los charcos helados. Le costaba verlos bien, pero alguien había colocado varios carteles fuera, donde el parking.
Ahí mismo, sentada con el maletín, esperó a la prensa, a los curiosos, al furgón policial y, por último, a los abuelos.
Con rostros desencajados entraron al juzgado cruzando una marea de objetivos.
A ella nunca la había conocido y ya no podría hacerlo, pero por momentos se la había imaginado fuera, junto a las pancartas, en un silencio desgarrador emitido para toda la nación, esperando justicia y un cambio definitivo.
Ahí mismo, sentada con el maletín, esperó a la prensa, a los curiosos, al furgón policial y, por último, a los abuelos.
Con rostros desencajados entraron al juzgado cruzando una marea de objetivos.
A ella nunca la había conocido y ya no podría hacerlo, pero por momentos se la había imaginado fuera, junto a las pancartas, en un silencio desgarrador emitido para toda la nación, esperando justicia y un cambio definitivo.
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