Ella habitaba el País de las Maravillas, o eso le decían. Las semejanzas eran muchas, no lo podía negar. Al principio vivía en un mundo mágico, de celebración continua, no sólo a la hora del té. Había caído también por un agujero, e incluso había encogido, volviéndose diminuta, tras comer… ¿un pastel? No, sus deseos, su orgullo, su independencia... Después triunfó el sinsentido, y su rey de corazones estaba empeñado en cortarle la cabeza. No podía ser, tenía que escapar. Cambiar su para siempre era cuestión de un segundo, y no iba a llegar tarde a esa cita tan importante. Miró a través del espejo y consiguió despertar de su sueño que, por desgracia, no era tan particular.
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