jueves, 23 de noviembre de 2017

Vecindad

La mayoría bajaban la mirada saludándome con un escaso hola y lo agradecía. Temía cruzarme con cualquier vecino que me parase para preguntar. Tener que mirarle mientras debía responder un todo va bien sin poder controlar el temblor de mi mano izquierda. Así que cada vez salía menos. Ni cuando lanzó el móvil contra la pared salí a comprarme uno nuevo. Ya no lo necesitaba. Hasta aprendí a teñirme el pelo sola y descongelar el pan el tiempo justo para servirlo como le gustaba.  Por eso, la mañana que una mujer de pelo corto tocó el timbre y al abrir me cogió la mano delicadamente pidiéndome entrar para hablar un ratito, no sabía en qué piso vivía.

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