viernes, 16 de noviembre de 2018

Vida

Observó los veinte metros de caída. Cerró los ojos y dejó que sus sentidos viajaran: acarició el rostro de su madre muerta, admiró la policromía de las libélulas sobrevolando los ibones de nieve fundida, escuchó el rumor del agua de los patios cordobeses, deshizo en su paladar el jugo de los tomates de los huertos bordados al sol, percibió el aroma de las rosas brotando de la sangre de los enamorados. Y por fin, tomó una decisión.

Dolorida, descendió del alféizar de la ventana, alcanzó el teléfono que reposaba en la mesilla de noche y marcó con su índice tembloroso los números: cero…uno…seis. En ese mismo instante, la luz de un nuevo día iluminó toda la estancia.

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