Arrastraba una vergüenza insoportable.
Una vergüenza que le oprimía el pecho y no la dejaba respirar; que maquillaba a diario y de la que no sabía desprenderse; que se había apoderado de ella consumiéndola poco a poco.
Una vergüenza que escondía, que callaba y asumía como propia.
Aquella mañana se levantó y salió a la calle.
¡Que alguien me saque esta vergüenza! - gritó.
Y la calle respondió: "Ahora tu vergüenza es nuestra. Déjanoslo"
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