viernes, 9 de noviembre de 2018

Dos

De un tiempo a esta parte, me estaba acostumbrando a ver el mundo desde el suelo: a ver la inquina de su bota a la altura de mis ojos hinchados, arrancándome rosas donde sólo hubo besos; a las baldosas frías y al polvo en los rincones debajo de los muebles. Pero ese día, ahí abajo, tendida y humillada, sin autoestima, ese día vi algo que nunca antes había visto: el pavor dibujado en los ojos de nuestro hijo, acurrucado al fondo, tembloroso, como un pájaro aterido. Y, justo en ese momento, en ese instante de luz reveladora, supe que no estaba derrotada, que tenía un futuro por delante, un futuro, ay, donde sólo cabíamos dos.

No hay comentarios:

Publicar un comentario