Paseaba por la ciudad con su vestido favorito para la primavera. Descubrió a un niño, calculó que unos cuatro años menor que ella, mirándola fijamente desde una cancela. Miró la calle, estaba desierta. "Qué pereza", pensó ella. Conocía la escena. Como obligado por una fuerza histórica, el niño se sentiría poseído por lo que su pene significaba. Estaría nervioso porque ella era mayor, más alta, estaba más tranquila, parecía comprender mejor la situación e incluso los nervios de él. En un arrebato de sentirse lo que le habían dicho que eran los hombres, le silbaría y, si acertaba a hablar, le diría alguna grosería. Así fue. No sabía que ella podía levantarle del suelo con un solo brazo.
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