Mientras buscaba motivos para alimentar su contrariedad me di media vuelta, concentrándome en el trozo de exterior que entraba por la ventana: en una esquina, un enorme lazo rojo remataba la ternura de una niña arrimada a un azorado moflete, que encajaba con susto un sonoro beso, escondía la cara y buscaba en las alturas la aprobación de dos voluntades que intercambiaban una mirada inequívoca, de algo naciendo, de anticipada felicidad contenida en el hueco de la ventana. Y entonces, en un anticipo de emoción, resonó por fin el grito de la niña que aguardaba en el hueco de mi alma, en una esquina remota, con su enorme lazo verde rematando una esperanza contenida, tal vez, en otra mirada.
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