Cuando convirtió las rosas que te traía en súplicas de perdón envenenado, cesaron de alegrarte sus llaves en la puerta. Hasta dejó de angustiarte que condujera veloz o que fuese tarde y no volviera. Porque tu galán de cine había acabado transformándose en el monstruo de una película de esas que nunca terminan bien. Y mucho menos en beso.
Y ahora tú permaneces muda en ese fondo de agua verdusca y mate, sin atreverte a flotar. Donde tu pelo agarra y echa raíces, los pies se te enredan entre las algas y en tus pechos hay sapos que anidan. Y si te vieran, si alguien acertara a mirarte, con la boca echando esas flores traídas que nunca llegaste a digerir.
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