Es verdad que él siempre se corría antes. Cuando hacían el amor, porque, para ellos, eso era amor, él siempre acababa antes. Pero a ella no le importaba. Ya se lo había dicho muchas veces. Le quería a él. No a lo que tuviera que demostrar.
Pero la maldita hombría no le dejaba escuchar y, poco a poco, para él, el amor empezó a dejar de serlo. Se convirtió en algo a lo que ambos se habían prometido no llegar. Poder.
La relación se corrompió, se pudrió y se violentó. Pero duró muchos años. Por la maldita hombría.
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