El sol entró por la ventana y empezó a acariciarle las mejillas. Afuera olía a mar. Y se escuchaban voces de niños correteando. No tenían que ir a la escuela ese día. Y ella tampoco tenía nada que hacer. Tomar un café. Comprarse una novela. Tal vez bañarse. Y dejar de tener miedo, después de mucho tiempo. Demasiado. Allí, a tantos kilómetros de distancia, lo iba a conseguir. Se lo habían prometido, sus amigos, su hermana, los policías que lo detuvieron. Y se lo había prometido a sí misma. Era la hora de sonreír. Por fin.
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