Llevaba un vestido blanco, un carmín rojo intenso cubría sus labios.
Me miró desafiante, siguió su camino.
Sospeché. Debí pararla, intentar disuadirla, dudé.
Había confundido los celos de Mario, su afán de posesión, por amor. Alimentó vanas ilusiones, se volvió ciega y sorda. Su mundo dejó de existir, nos volvimos seres extraños. Mario era su todo, él la quería, decía.
La golpeaba, la humillaba, eso no lo decía, ni lo admitía.
Una paliza brutal, una orden de alejamiento rota aquel día.
¿Habría conseguido convencerla, prevenirla? ¿Habría escuchado mis palabras?
No, nada podía librarla de aquel yugo.
La encontraron con el mismo vestido blanco, los labios amoratados, sin marcas ni heridas, sin vida.
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