Ella y él discutían. Él estaba cansado pero ella quería tener la razón.
-¡Cállate!- imploraba él, pero ella seguía. - ¡Cállate! - repitió, y ella no paraba. A la tercera la empujó, para apartarla de él.
-¡Ay! - se quejó ella. Él la había tirado al suelo.
El hombre quedó, un momento, atónito. Por primera vez se dio cuenta de lo pequeña que era ella, a pesar de ser tenaz.
Desde ese día, siempre que él tenía impulsos violentos, se paraba y pensaba:
-Cálmate, pesa veinte kilos menos que tú.
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