Al verse incapaz de ignorar los sollozos que se oían tras la puerta se tapó los oídos con fuerza. Trató de secar las cataratas de agua que brotaban de sus ojos mientras salía del cuarto de baño donde la encerró tras golpearla. Llevaba años enamorado de aquella sonrisa perlada y de su cabello de arena y no supo gestionar el rechazo. Por eso la persiguió y actuó de aquel modo. Hizo lo correcto, aquello que hubiera hecho papá si mamá le hubiese negado un beso. Eso que sucedía a diario en casa cuando mamá no se portaba como papá quería. Aquello que, según papá, haría cualquier hombre cuando quiere que su mujer comprenda que la ama hasta el delirio.
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