Mucho antes de visitar la torre tapizada de hiedra, mucho antes del largo sueño y de ser raptada sin miramientos, mucho antes de que el príncipe me despertase y me apretase entre sus fornidos brazos, antes incluso de cabalgar durante días y de que segase con su espada los rosales que decoraban mi alcoba (y que tanto me había costado cultivar), antes, ya digo, de todo aquel asunto insidioso, le dije a mi padre que lo que yo quería, realmente, era que nadie me besase contra mi voluntad, que se dejasen de cuentos y que, sobre todo, me dejasen dormir a pierna suelta.
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