Todo era culpa mía. Ella me quería de verdad. Nunca quiso hacerme daño. El inmaduro, el inútil, el estúpido... siempre he sido yo. Ella era fuerte y trabajadora, se desvivía por mí. Yo nunca supe valorarla. Sí, seguro que por eso se comportaba así. Descansando en el sofá, después de un arduo día, intentando reconducir mi vida, siempre llegaba a casa gritándome, haciendo muchos aspavientos con las manos y yo solo quería hacerme pequeño, desaparecer, porque mi amor por ella era tan grande que era incapaz de pronunciar una sola palabra. Desgraciadamente, por eso me encuentro en esta desagradable tesitura: debo elegir entre ella, mi vida, o la mía propia.
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