Mi culpa, tal vez, ser de plastilina, querer amoldarme a tus dedos de cristal.
Mi error, quizás, haber dejado campar a su aire los filos de tus dedos de cristal por mi amor de plastilina.
Mi realidad, acaso, consista en verme así: un trozo de plastilina que se pliega a las imposiciones de unos dedos de cristal.
Mi solución, ciertamente, endurecer mi voluntad de plastilina y alejarme para siempre del cristal.
Mi futuro, con seguridad, buscar dos trozos de madera que se tallen mutuamente.
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