Ana, la mujer que me sacó de la perrera, tenía los ojos tristes y la mirada cobarde, como los perros pequeños. Me dio pena. Salir de la perrera fue muy bueno. No soportaba los gritos y ladridos.
Vivir con Ana era aburrido, siempre en casa viendo la tele o dormitando. Apenas un paseíto para hacer mis necesidades. Ana siempre con prisa para regresar a casa.
Luego lo entendí. Una tarde en el parque, un hombre se nos acercó y empezó a chillar. Su voz era muy desagradable, gritaba "puta, puta, puta". Era insoportable, como en la perrera. Agarró a Ana por el cuello.
Le salté encima y me merendé su oreja.
Ahora salimos más.
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