Tus brazos fueron cálido cobijo un día. Tu boca desbordó amor un tiempo.
Hasta que tu lengua se tornó bífida y afilada, acuchillando todo a mi alrededor. Tus dedos se volvieron tentáculos, frenando mis pasos, reteniendo mi cuerpo y asfixiando mi alma. Decoraste mi piel con sombras moradas. Mis sueños volviste pesadillas. Pero no, no me mataste. Lo que parecía un cuerpo débil, sólo era el nido de mi luz concentrándose para detonar con fuerza y alejar de mí con su explosión al sucio monstruo que forjaste, ése que esculpiste sobre tu miedo a no ser el hombre que te vendieron.
No hay comentarios:
Publicar un comentario