El mejor amigo de Hipólito no era su perro Chico ni el pánfilo de Jacinto, que le ayudaba con las lechugas. Si alguien le hubiese preguntado, habría elegido sin dudarlo, el porrón de vino que Matilda le servía con cariño para la cena, el que desde hacía un tiempo sabía diferente, como más dulce. El mismo en el que confiaba su mujer cada noche para que dejara de hacerle hijos.
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