Oscurecía y sin luz en casa. La avería era grave, la solución complicada; el rayo, había destrozado por completo el transformador. La noche, sin saber de averías no tardó en invadirnos, quedando en penumbra, todo aquello que una vela no alcanza.
Por costumbre adquirida, nos quedamos en el salón, sentados frente al televisor en silencio, esperando el milagro. La luz no volvía y en la desesperación, el mundo se nos venía encima… Nada que hacer, salvo reprocharnos de nuevo cualquier cosa.
Cansados de mirar y mirar el reloj, mirarnos y retirar la mirada, aún sin luz, de repente, no recuerdo quien fue de los dos, nos dijimos: ¿Por qué no hablamos?
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