-Buenos días.
Saludé educado como todos las mañanas al cruzarnos en la escalera, casi siempre a la misma hora, yo camino del trabajo, mis vecinos de arriba regresando del mercado o algún recado temprano.
Ella, del brazo de su marido, fijó de nuevo sus ojos en los míos de esa manera tan inapropiada y respondió Buenos días como queriendo decir Sálveme.
Yo miré para otro lado y continué mi camino, todavía aturdido por el recuerdo de los gritos, los golpes, los lamentos que se oyen noche tras noche, que todos en ese edificio oímos y callamos.
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