Nunca me olvidaré de aquel misógino profesor, Don Olegario. Ni de aquella execrable frase en la que se regodeó cuando se acercaban las evaluaciones individuales:
"Chicos, en el trabajo quiero bien puestos un par de -y hacía el gesto con las manos-. Chicas, falda corta alarga la nota."
Entendí la impotencia en las miradas de mis compañeras. Aquella noche lloré por (y seguramente con) ellas. En el WhatsApp de clase comenté mi plan y ¡sorpresa!, decidió participar todo el mundo. Así que allí nos plantamos, los treinta y dos alumnos en su despacho.
Treinta y dos faldas cortas vio Don Olegario al abrir la puerta. Y cada falda, con un par de huevos en las manos. Empezaba nuestra evaluación.
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