Cuando sonó el despertador María ya había soltado el delantal encima de las ollas vacías. Había dejado caer los agujeros negros que la pudrían sobre el vaso debajo del grifo. Todo en aquella casa resultó ser estéril. Las caricias ásperas junto a la almohada, los susurros hirientes, el aire, las noches infinitas, los sueños rotos, las ganas. Una claustrofobia repetitiva que ascendía por las paredes hasta el techo y de nuevo caía sobre ella en un bucle descarnado. Huesos y aire frío gravitando sobre su cabeza. Solo eso. Tan solo eso.
A las siete y media el reloj repicó.
Todos supieron que María había dejado la casa definitivamente.
No hay comentarios:
Publicar un comentario