Ella llora junto a su marido. Él no suelta ni una lágrima. En  su casa siempre ha sido así y nunca ha pasado nada, es lo normal. Está claro  que fue su hija la que hizo algo realmente mal. Si fuera como su madre, ahora  no estarían desfilando tras esa caja de madera que guarda los restos de lo que  pudo haber sido y no fue. No permitiría que su nieta fuera otra rebelde. 
Pero su nieta no piensa lo mismo, y no está sola.
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