Su voz sonaba con firmeza. Él siempre hablaba así, o tal vez lo hiciese en casa porque nosotras le defraudásemos en sus perspectivas. Mi hermana y yo guardamos un respetuoso silencio, era la educación que nos habían dado. Al ver a mi hermana agazapada en un rincón, por mi rostro empezaron a correr unas lágrimas que lo hacían con sigilo a la vez que ella sollozaba por mí. Me arrodillé junto a la pequeña Rocío. Nos abrazamos y no tuvimos que decirnos nada. Bajo un mismo corazón, ambas derramábamos nuestras lágrimas por esa mujer que nos trajo al mundo, a la que deseábamos que saliese de su habitación sin ser agredida.
No hay comentarios:
Publicar un comentario