martes, 10 de noviembre de 2015

Pulgarcita

La lengua, que cuando la hería lamía las llagas después, la volvió a vapulear. Con cada escupitajo, en forma de palabra, su talla mermaba una cuarta. Antes, tras las tormentas que calaban sus huesos de menosprecio, era capaz de secarse. El paso de las estaciones y las sucesivas acometidas la debilitaron. Pulgarcita decidió dejarse ir en un mar dominado por un dios soberano de sus mareas. Ahogo su opinión en una almohada saturada. Fue ella quien le devolvió sus penas y le envolvió en un sueño donde le mostró que bajo la construcción actual existía una iglesia medieval, cuyo valor merecía ser recuperado. Abrió los ojos era mañana al mundo y decidió envolver esa lengua envenenada con papeles de divorcio.

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