Estaba en una destartalada habitación. Las paredes se hallaban ocultas por cortinajes. De repente, me sentí muy cansada. Me fijé en la inmensa cama y quise echarme a dormir, pero alguien me tomó del brazo y me lo impidió. Me sentó en una silla. Era un hombre joven. Comenzó a besarme y ejecutaba una especie de pasos de ballet a mi alrededor. Resultaba tan armonioso que renuncié a moverme por si interrumpía algo. No cesaba de prodigarme sus atenciones. De un cajón sacó alcohol y limpió con desdén todas las heridas que veía en mi rostro. No sé cuánto permanecí en un estado sembrado de sueño. Cuando me levanté de la silla, abrí la puerta y alguien gritaba con desesperación.
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