lunes, 17 de noviembre de 2014

Rosa marchita

El alma se le encoje cada vez que lo siente llegar. En su pecho no cabe ni el más fino y puro hilo de aire.
Quisiera gritar, pero su voz permanece en silencio; quisiera huir, pero las piernas no responden.
Hace tiempo que dejó de ser dueña de su vida para ser esclava de un hombre cobarde, de sus celos, sus gritos, sus golpes. De su mirada.
Se conforma con soñar callada con un amor correspondido, un amor que no duele, que la enseña a volar en vez de cortar sus alas.
Cada mes una rosa la confunde, la ilusiona. Pero después de cada golpe, una parte de ella muere en silencio.

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