El domingo amaneció lluvioso. Crucé al quiosco y compré el periódico. Mientras, en casa subía el café burbujeante por la cafetera de aluminio. El día era perfecto para disfrutar de mi soledad junto a un buen café y un diario.
Leí sorprendida su nombre en el periódico. Durante más de veinte años la envidié porque se quedó con lo que yo más quería y tras mucho tiempo y tierra de por medio, volvía a saber de ella.
Yo lo amé mucho, pero un día me levantó la mano y me dije a mi misma que una vez y no más.
Ella no hizo lo mismo, y hoy por fin descansa de su verdugo.
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