Al llegar a casa, le grité... le grité que la quería, y la tiré..., le tiré un hermoso ramo de rosas a sus brazos, la agité, agité toda la ropa recién lavada antes de tenderla, la restregué por el suelo..., la fregona restregué por el suelo para que brillara como brilla ella, y la quemé..., sí, reconozco que quemé la pechuga de pollo, porque aunque lo intento, cocinar nunca ha sido lo mío, y le pego, claro, le pego la chapa todos los días con mis problemas absurdos, y ella me escucha paciente, y no hay más violencia entre nosotros que ésta, porque no hay mujer, madre, hija o compañera que merezca menos.
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